Otra Forma De Mirar
Se ha detenido el tiempo de las reuniones y los encuentros, cuando reunirse brindaba un escenario donde surgían conversaciones y búsquedas conjuntas que podían acercarnos a comprensiones y conclusiones interesantes sobre la vida y sus procesos.
Ahora que el modelo grupal se ha disuelto, las voces que llegan a través de los medios se fortalecen y con su tendencia propagandística tienden a administrar una verdad que no nos sirve a todas. Se pone el foco en una entidad inerte llamada virus, considerando que es el causante del caos y el dolor reinante. Y en base a ese enfoque diseñamos un sinfín de medidas con el fin de erradicarlo de nuestras vidas. Olvidándonos de que somos virus y bacterias y estamos constituidos por 10 veces más bacterias que células y entre 5 y 25 millones más virus que bacterias en estrecha relación simbiótica con nuestras células: somos seres Simbiontes. Los virus forman parte estructural de nuestros genes, dan origen a los tejidos embrionarios y a muchos procesos enzimáticos. Y están por doquier, por litro de agua marina hay más de 10.000 millones de virus y en la superficie de la tierra también habitan cifras astronómicas, manteniendo a raya a las bacterias en nuestro organismo y en el resto de hábitats. Si el virus es un regulador de las bacterias, criaturas que viven en simbiosis con las células y que posibilitan la vida, por qué ahora tendría que desempeñar una función diferente en relación a los humanos. Por qué no trascendemos la visión de enemigo encarnada por el virus, para avizorar por qué se replica en los cuerpos que lo hospedan, entendiendo su sentido dentro de la biología. La Nueva Medicina Germánica encabezada por el doctor Hamer, nos dio evidencias de que el organismo cuando está sometido a una situación emocional estresante que no pudimos anticipar, él mismo toma una solución biológica llamada enfermedad con la que trata de regular y restablecer, nuevamente, el orden perdido. Para esta medicina la aparición de los patógenos es el colofón, el capítulo final de un período de enfermedad en que la inteligencia celular toma las riendas; donde ya existe enfermedad, tejidos acidificados, las bacterias y los virus encuentran un medio adecuado para reproducirse y replicarse, respectivamente. Los gérmenes son la consecuencia no la causa de la enfermedad. Más allá del discurso científico dominante está el discurso “herético”, el de quienes difieren de la voz oficial, estas voces le conceden la importancia al Terreno, no al microorganismo, quien encontrará la posibilidad de hospedarse y proliferar si el Terreno es óptimo; lo cual requiere un sistema inmune debilitado. Entonces, si en lugar de mirar al virus, mirásemos los miles de sistemas inmunes que se han mostrado vulnerables ante la presencia del virus, podríamos pensar en las condiciones extremas que los debilitan: aditivos químicos en la alimentación, químicos en la cosmética y en los productos de limpieza, sobrecarga de químicos llamada medicación, cargas electromagnéticas en la vida cotidiana, estrés diario para alcanzar los objetivos diarios (o sea, una química endógena envenenadora), analfabetismo emocional y ahora incertidumbre y mucho miedo. Sé que este proceso vital es una prueba de fuego para todas las vidas, allá donde estemos, en primera, tercera o cuarta fila. A todos nos pone frente a nosotros y nos activa el miedo a la muerte, temer por los seres queridos y temer por la propia vida, así como tener que digerir un escenario de muertes que resulta esperpéntico y que sólo recuerdo de los relatos de la literatura fantástica.
Hoy, en este bello día nublado en que la bruma cubre las montañas y todo parece en su sitio, me pregunto cuanto ha debilitado el miedo, sincronizado en millones de personas, los sistemas inmunes. Ojalá las ciencias del alma hubiera desarrollado el Miedómetro con el fin de poder ver la incidencia del miedo en los contagiados y la correlativa caída de los sistemas inmunes.